Escrito
de opinión de nuestro compañero Patricio Barquín.
Vivimos
inmersos en una sociedad adulta en el peor sentido de la expresión. El mundo es de los adultos. Esas personas de mediana edad que deciden ser
las amas y señoras del mundo y cuyas opiniones y decisiones pesan más que las
de cualquier otro colectivo de personas, sean estas ancianas, jóvenes o
infantes, y es precisamente en estos últimos en los que me quiero centrar para
desarrollar una breve reflexión.
Son las personas pequeñas las más débiles y precisamente por eso deberíamos cuidar de ellas por encima de todo. Pero tenemos un grave problema y es que como personas adultas somos el eslabón más fuerte de la cadena y, sucede, que cuando nos encontramos en una situación de poder deberíamos ser extremadamente cautelosos, para no actuar como meros déspotas o pequeños reyecillos caprichosos. Así pues, como el mundo creemos que es nuestro y “cuando seas padre comerás huevos” o “cuando seas mayor ya comprenderás”, abusamos reiteradamente de las más pequeñas descargando sobre ellas nuestra ira, nuestra irracionalidad o nuestra frustración. Sea obligándolas a ser aquello que nosotrxs mismxs no somos o a comportarse de una manera artificial, más propia de un acuartelamiento militar rebosante de disciplina y represión.
Una prueba más que evidente del desprecio hacia lxs niñxs es el lenguaje que utilizamos los adultos. Lo digo porque en estos tiempos en que se ha descubierto el machismo en forma de lenguaje no inclusivo, tal vez ha llegado el momento de amplificar “nuestro sentido arácnido” para detectar lenguaje excluyente hacia otro tipo de colectivos oprimidos. “Chiquilladas”, “no seas chiquillo”, “no seas infantil”, “compórtate como una persona adulta” y otras lindezas por el estilo que pueblan nuestro viciado lenguaje y que hacen emerger una realidad prepotente que en algunos casos parece soterrada.
Recuerdo cuando aún era un “tierno infante” que entré por primera vez en el local de la CNT de Fraga. Tendría unos quince años escasos y tuve la suerte de conocer a militantes que entonces me parecían abuelxs, y ahora ya rondo la edad que tenían ellxs. Eran personas que habían vivido la revolución en primera persona, pero yo entonces no sabía ni que había habido una revolución ni lo que habían vivido, pero sí me di cuenta de que allí se me trataba de una forma diferente a como lo hacían el resto de adultos que conocía. Porque aquellxs militantes me hablaban de tú a tú y me escuchaban en respetuoso silencio cuando yo hablaba. Tanto es así que, en un primer momento, por la falta de costumbre, me asusté un poco de poder oírme hablar a mí mismo sin interrupciones. También descubrí que me deleitaba escuchando su hablar pausado, reflexivo y sumamente respetuoso hacia mí.
Hoy, en nuestra sociedad pocas cosas han cambiado respecto a lxs niñxs, pero en nuestro sindicato, en la CNT de Fraga, afortunadamente, también han cambiado pocas cosas, y podemos decir con orgullo que nos encantan las chiquilladas y que nada nos parece más esperanzador que la osadía de las personas pequeñitas. La frescura con que actúan y se expresan, sin resabios ni convenciones artificiosas, ni subterfugios. Simplemente mostrándose tal y como son, sin sentir miedo por ello. Mostrándonos a las personas adultos cual es el camino que debemos seguir. El camino de las ¡chiquilladas!
Patricio Barquín, militante de la CNT de Fraga