Conferencia impartida en Lorca (Murcia) el día 21 de noviembre de 1997,
publicada por la Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, 1999. Se han corregido algunas palabras contenidas
en el original que marcaban la fonética del lenguaje hablado del autor.
Agustín
García Calvo
¿Quién dice no?
En torno a la anarquía
En torno a la anarquía
Agustín: Gracias por vuestra presencia. Gracias, Pedro, especialmente por esa
alusión que bien querría merecer a lo de monstruo, y que no puedo merecer más
que cualquiera de vosotros. Todos, como veremos enseguida, tenemos algo de eso
de monstruo, porque somos dos, y dos en guerra el uno con el otro. En contra de
lo que os quieren hacer creer, de que cada uno tiene su persona bien
constituida, esto es mentira. Siempre esta persona está en guerra contra una
cosa que le queda por debajo, y es justamente a esa otra cosa que queda por
debajo de las personas a lo que voy a estar llamando entre vosotros ahora; de
forma que no es al final el coloquio, va a ser por el medio; de manera que
estad preparados para empezar enseguida a conversar conmigo y entre vosotros de
algo que a todo el mundo le toca, que todo el mundo sufre, sobre lo que todo el
mundo piensa, que es a lo que alude ese título de “¿Quién dice ‘no’?”
Todo el mundo sufre, todo el mundo ha
pensado acerca de ello, tenéis cosas que decir, y es tan sencillo; no tenéis
que estar preocupados. Lo único que os pido es que al menos alguno de vosotros,
pronto, en cuanto me oigáis un rato, os dejéis hablar, que es lo que por mi
parte intento hacer. Dejarse hablar es lo contrario de tener que exponer ideas,
expresarse uno mismo, dar su opinión: éstas son las formas de la falsificación.
Dejarse hablar quiere decir, en la medida de lo posible, quitarse un poco de en
medio y dejar que hable eso que hay por debajo de uno, que es lo que no es
personal, ni mío ni de nadie, que es lo que es común, aquello a lo que pueden
aludir palabras como no consciente, el lenguaje mismo, el pensamiento, que no
es de nadie, que no es personal, que está latiendo por ahí debajo. Es a eso a
lo que llamo entre vosotros, de manera que si acierto a incitaros un poco,
ahora, dentro de un rato, en cuanto haga una pausa, no tenéis más que dejaros
hablar; es tan sencillo, de decir por lo menos. Luego, claro, os resulta
difícil porque, claro, eso de quitaros un poco de en medio cuesta; hasta tal
punto a uno le han convencido de que tiene su persona, de que tiene sus ideas,
de que tiene su sitio en este mundo, de que tiene su nombre propio, de que tiene
su Documento de Identidad, y todo eso pesa mucho. Dejar que eso se retire un
poco, se resquebraje, para que hable el que de verdad sabe hablar, que no es
ninguna persona, sino el propio lenguaje corriente y moliente, el pensamiento,
ese pensamiento con el que habláis constantemente con esa facilidad por
vuestras bocas sin que, sin embargo, tengáis una noción, una idea de los
mecanismos del artilugio del lenguaje común. Confiar en el lenguaje, no en el
de uno, sino en el lenguaje común, es lo mismo que confiar en el pueblo, en eso
que nos quede de pueblo por debajo de las personas.
A eso os estoy llamando, y esto ya
actualmente tiene que ver con el tema que en el título se ha propuesto, con el
“¿Quién dice 'no’?”. Espero muy rápidamente ponéroslo a punto para
lanzaros a la discusión y a la contradicción si es preciso. ‘No’ es el corazón
de todo lenguaje, de toda lógica; es del ‘no’ de lo que toda la lógica, todo el
pensamiento corriente nace. Recordad que no me estoy refiriendo nunca ni a
filosofías ni a teorías científicas ni a ninguna otra de las cosas que se
formulan en la jerga de las escuelas o de los periódicos: me estoy refiriendo
al pensamiento, al lenguaje corriente y moliente; para ése, ‘no’ es de alguna
manera el corazón de donde todo nace. Oís contar que, cuando un niño cae en
este mundo, empieza esa larga lucha de alrededor del año y medio entre el
lenguaje común que él trae a este mundo —en cada niño que nace se produce esta
encamación del verbo—, entre eso y el lenguaje, el idioma de los padres y de
sus alrededores, una lucha que termina triunfando la lengua de Babel, el
lenguaje —el español, el que sea— que tiene esa sociedad en la que al niño le
ha tocado nacer. Termina así, normalmente —salvo accidentes, casos de
enloquecimiento, de locura—, pero termina no sin una larga lucha, y cuando el
niño está en ella, no hagáis caso de que os digan que lo primero que aprende a
decir es “ma” o “mamá”: lo primero que aprende es a decir ‘no’ y no sólo es lo
primero que aprende, sino que lo traía ya sabido de antes de quedar cazado en
esta sociedad; lo traía ya consigo, eso era el centro de la lógica del verbo
encamado con que él venía. Lo primero que dice es ‘no’; recordad esto.
Ahora paso al otro término que figura en
el título de una manera implícita, porque ‘no’ se dice a algo, a alguna cosa o
de alguna cosa, y sobre esto tenemos que aclaramos un poco si queremos discutir
con una cierta precisión. ¿A qué es a lo que se dice ‘no’? o ¿de qué es de lo
que se dice ‘no’? Utilizo este juego que permite esta lengua de Babel con la
preposición ‘a’ y la preposición ‘de’, porque en este caso tienen que jugar. ¿A
qué se dice ‘no’?, ¿de qué se dice ‘no’? Son dos cosas que tienen que ver entre
sí, aunque no parece que sean lo mismo. Todos habéis sospechado, cuando habéis
venido aquí (seáis más o menos libertarios, más o menos, por lo menos,
ineducados, más o menos indefinidos, que es lo que hace falta para que podáis
soltaros a hablar dentro de un momento; no va a hacer falta que tengáis un
título especial), pero todos habéis sospechado que aquí veníais a tratar de
decir ‘no’ al Poder, a lo que está arriba, aquello que se contrapone a lo que
acabo de aludir como pueblo, como gente, aquello bajo lo que la gente está
oprimida —como solía decirse—, pero antes que oprimida, más que oprimida,
convertida en número de almas de una población cualquiera. El pueblo no era
eso, y perece en primer lugar por esa conversión, por esa obligación de ser
miembro de tal familia, de ser español, de ser murciano o de Lorca incluso, de
pertenecer a esta secta o aquella otra, de estar matriculado en tal o cual
institución académica: es decir, entrar a formar parte de conjuntos de números
de almas. Esa es la muerte de lo que había de pueblo en nosotros, ésa es la
labor funesta del Poder, labor mortífera del Poder. El Poder, desde el comienzo
de la Historia, está dedicado a no dejar vivir, a que no haya pueblo, a que no
haya más que conjuntos de personas que se tragan todos los sustitutos de la
vida que se les quieran ofrecer desde arriba. Esta es la función del Poder a la
que muchas veces aludo diciendo ‘administración de muerte’.
Sospecháis, por tanto, sin duda, ya al
venir aquí, que, cuando se trata de decir ‘no’, se trata de decir ‘no’ a eso;
por tanto, decir ‘no’ a eso desde ahí abajo donde he dicho que está el corazón
del lenguaje y de toda razón común: en el ‘no’, en el ‘no’ mismo. Decir ‘no’ al
Poder, al Estado, al Capital, al Dinero, a la Familia, en especial al Régimen
que hoy padecemos, en el cual culminan todos los regímenes de la Historia y
donde esa labor funesta que he descrito se da de la manera más perfecta: en la
democracia desarrollada que se funda en la fe en el individuo personal; y, por
tanto, decir ‘no’ —y esto es lo más difícil y más importante—, decir ‘no’ a la
persona de cada uno, en contra de lo que manda la democracia. Decir ‘no’,
negarse a creer también en la persona de cada uno, porque cada uno es el Poder,
igual que la Banca, igual que el Estado.
Bueno, si ya pensabais antes de venir
aquí que se trataba de decir ‘no’ a todo eso —aunque seguramente no se os
ocurría incluir en ella la institución del individuo personal, pero sí lo que
suele llamarse el Poder entre la gente más o menos revoltosa— tenéis que tener
en cuenta que, aparte de decir ‘no’ a eso, también se trata de decir
‘no’ de algo, y, naturalmente, ‘no’ se dice de la mentira. Es la mentira
la que recibe la negación, es la mentira la que en virtud de la negación se
descubre como mentirosa, como falsedad, como falsificación. La mentira es la
realidad; la mentira es la realidad porque la realidad, ésa que os imponen y
ésa que se os vende, es necesariamente mentirosa, es necesariamente una
falsificación. Fijaos cómo os engañan, que muchas veces se os confunden los
términos ‘verdad’ y ‘realidad’ cuando son —trato de presentároslos rápidamente—
todo lo contrario.
La realidad es necesariamente falsa; por
eso precisamente tiene que estarse reconstruyendo todos los días: desde la
televisión, por ejemplo, por boca de los mayores y conformes, en las
instituciones pedagógicas, en la prensa. Tiene que estarse reconstruyendo,
demostrando con ello que, si bien es la falsificación poderosa, nunca está del
todo tan segura de sí misma, precisamente porque tiene que estarse cada día
reproduciendo: “Eso es la realidad, muchacho”, como le puede decir un padre
típico a sus retoños. “Eso es la realidad”, que quiere decir, cuando bien se
mira, “Eso es el Dinero”, porque la forma más perfecta de la realidad es el
Dinero, realidad de las realidades, al cual todas las cosas pueden reducirse y
con el cual se supone que todas las cosas reales —digamos redundantemente—, se
pueden comprar.
Entonces, el ‘no’ se dirige igualmente a
la mentira, al descubrimiento de la falsedad de la realidad; pero las dos
operaciones no son tan distintas ni separadas, porque el Poder no puede
sostenerse si no es por medio de la mentira. Esa es su primer arma: no la
policía, no los ejércitos de antaño, no los palacios de justicia. La primera es
la mentira, la falsedad en la que se os quiere hacer creer cada día. Todas las
demás cosas, todas las pistolas, las ametralladoras, las bombas atómicas, nacen
de ahí; sin eso, sin falsificación, no hay Poder que se sostenga. La primera
necesidad del Poder es la mentira, de forma que naturalmente quien pretende
decir ‘no’ al Poder, rebelarse contra el Poder, está al mismo tiempo obligado a
decir ‘no’ a la mentira, a las ideas que os venden: lo uno es lo otro.
Ahora supongo que os hago entender un
poco cómo no habéis venido aquí a hablar, sino a hacer. Estamos intentando que
ésta no sea una sesión cultural donde se dicen cositas más o menos
interesantes, se exponen ideas más o menos filosóficas o científicas; estamos
aquí aprovechando este rato para ver si intentamos hacer algo. Y hacerlo es
decirlo.
Que no os engañen tampoco nunca
haciéndoos creer que se habla para llegar a conclusiones y después, como antaño
decían los marxistas, pasar a la praxis, venir a la práctica. Ese método es el
propio de las instituciones de la realidad: así se actúa en las reuniones de
directivos de una empresa, en los consejos de un consorcio bancario; así se
actúa en las reuniones de claustros de las facultades universitarias o de los
institutos; así se actúa también, por desgracia, en los Sindicatos Obreros. En
cualquier sitio se piensa que se habla para llegar a conclusiones y entonces
pasar a la práctica, a ver qué hacemos.
Contra eso os estoy hablando. Hablar es
hacer. Precisamente porque el Poder está necesariamente fundado en la mentira y
ésta es su primera necesidad, si de verdad nos dejamos hablar y decir ‘no’,
estamos ya destruyendo lo primero que hay que destruir, que es la mentira. Todo
lo demás vendrá después por su paso, pero lo primero es esto. Si uno, en
cambio, intenta hacer cosas, revueltas contra esta forma de Poder o la otra,
sin haber entrado a este fondo de la falsificación de la realidad y haber
empezado a descreer de la realidad, entonces todas la acciones son inútiles
para el pueblo, vuelven a quedar convertidas en maneras de colaboración con el
Poder, aunque sean desde la izquierda o desde donde sea, pero, en cualquier
caso, ya perfectamente asimiladas.
El primer hacer es este hablar que
consiste en decir ‘no’, decir ‘no’ al Poder, que, repito —y ahora dentro
de unos pocos momentos vais a decir si este punto está claro— es lo mismo que
decir ‘no’ de la realidad, descubrir la falsedad esencial de la
realidad, negarse a creer en la realidad.
¿Quién dice ‘no’? Desde luego, ni yo
personalmente —lo cual quiere decir Don Agustinito García, que ha venido aquí
invitado por los amigos de Lorca que se reúnen en un local de una institución
bien conocida en la localidad y que tiene tal edad y que tiene tal cargo y que,
en fin, tiene tal número en su Documento de Identidad—; no ése, desde luego, ni
tampoco ninguno de vosotros, a los cuales más o menos les pasa lo mismo, sea
cual sea el sitio donde estáis ubicados y sea cual sea el número de vuestro
Documento de Identidad: ése no: ése no puede decir ‘no’.
Algunos os pueden hacer creer —y esto es
una vieja perversión de los políticos de izquierda, incluso los anárquicos—, os
pueden hacer creer que, en cambio, si nos juntamos unos cuantos y nos ponemos
de acuerdo, entonces sí podremos decir ‘no’ al Poder. Mentira: cada individuo
está constituido en obediencia al Poder, le debe al Poder no su vida,
ciertamente, pero sí ese sustituto de la vida que es la existencia, el ser
fulano de tal, el tener un puesto en tal sitio, el tener derecho a tales
trabajos y a tales diversiones.
De manera que el pobre individuo
personal, ¿cómo va él a hacer nada contra el Poder si está hecho por el Poder,
está constituido, tan constituido como lo está el propio Estado español, por
ejemplo, tan constituido como lo está un consorcio bancario? Ese no puede decir
‘no’ al Poder de ninguna manera; y cuando se juntan, aunque sea con todas las
intenciones revolucionarias —las más rojas y las más negras—, cuando se juntan
y se ponen de acuerdo, pues de la suma de individuos nunca puede salir más que
lo mismo. Tampoco.
Os estoy hablando contra la solidaridad;
la solidaridad con los oprimidos no vale para nada; la suma de individuos no
puede dar más que un individuo más gordo, un conjunto de individuos tan sumiso
como cada uno de sus miembros. Y bueno, si os hace falta comprobarlo por el
sufrimiento práctico y real, pues por todas partes lo veis, en lo que se
convierte cualquier consorcio, cualquier solidaridad de gente que se reúne, en
principio, para luchar contra el Poder, para rebelarse contra él.
No: ése no puede decir ‘no’ al Poder, ni
el individuo personal ni sus conjuntos. Al Poder, a la mentira, le puede decir
‘no’ otro, que soy yo: Yo, cuando no se trata de Don Agustinito García, sino
todo lo contrario; yo, que no es nadie porque es cualquiera: ése es el que
puede decir ‘no’ al Poder. Yo es lo mismo que el pueblo, porque, en contra de
todas las pretensiones de los gobiernos, de los poderes, como ellos no pueden
menos de dejar que la gente hable (el lenguaje corriente y moliente es la única
cosa de verdad gratuita que se da a todos, a cualquiera, sin distinción de
clases ni de sexos, más gratuita que las cosas llamadas naturales, que el aire
o que el agua, la única cosa humana artificiosa, la máquina del lenguaje, que
se da a todos, a cualquiera, sin ninguna distinción), como no puede menos de
darles eso, tiene que darles ‘yo’ con ello; porque yo, este otro índice, éste
está en el corazón del lenguaje junto al ‘no’ del que antes he hablado.
De manera que cualquiera, sin distinción
de clases, de edades, de sexos, es ‘yo’. Tiene derecho a decir ‘yo’, ‘me’,
‘mí’, ‘conmigo’, y es ése que no es nadie, que no existe, pero que hace algo
mucho más importante que existir, que es estar aquí, estar presente en cada
momento que se habla: es ése el que puede decir ‘no’: ese ‘yo’ es
contra-personal, ese ‘yo’ es común, ese ‘yo’ es el pueblo.
Os engañan constantemente confundiéndoos
vuestra personita privada, con vuestro nombre propio, con eso del ‘yo’. Pero ahora
estáis sintiendo cómo se separan: una cosa es que pretendan que creáis que ‘yo’
es fulanito de tal, menganita de cual, y otra cosa es que sea verdad. Eso es
mentira y forma parte de las mentiras constitutivas de la realidad de que antes
os he hablado.
Estos días me viene muchas veces a las
mientes la situación, más o menos imaginada, de un niño que está en el trance
que antes os he recordado de quedar sometido a la sociedad de los adultos, de
creerse, de tragar todo lo que le mandan. Un niño de dos años tal vez, tres,
cuatro, que se asoma al espejo y al que le quieren hacer creer que lo que está
allí viendo es él, su personita real. Así se le está educando, eso es lo que el
Poder le dicta y manda, ésa es la falsedad. Ese niño, todavía medio vivo, se
queda perplejo delante del cristal, y dice: “pero yo no soy ése”, “pero yo no
soy ése”. Y ahí, en esa manera de decir, está surgiendo algo de verdad; en
efecto, yo no soy ése.
Podéis, con toda la mala intención,
creer de mí que no soy más que este viejo catedrático que se llama Agustín
García y que tiene sus ideas y cualquiera de las estupideces que os hagan creer
para tranquilizaros; pero yo no soy ése, yo no soy ése. Yo no soy ése, porque
soy cualquiera de vosotros, porque yo es común, y es esto de ‘yo’ lo que puede
decir de veras ‘no’ al Poder, que es decir ‘no’ a la mentira de la realidad,
empezando por la propia realidad de uno mismo.
Para los que anden con pretensiones
revolucionarias, les quiero decir que ninguna revolución sirve para nada si no
es también revolución contra sí mismo al mismo tiempo; quien se crea que puede
surgir de entre las personas algún movimiento liberador, se está equivocando.
Es una equivocación vieja, hasta los propios viejos anarquistas se confundían
con frecuencia y creían que eso de la libertad podía ser una cosa de
individuos. Ahora supongo que vais más o menos entendiendo y sintiendo conmigo
que de ninguna manera puede ser verdad. La libertad no es cosa de los
individuos: uno, una, como persona, está sometido, tiene que creer lo que le
mandan y, encima de creer lo que le mandan, creerse que se lo cree él, que éste
es el gran truco de todos los regímenes, pero especialmente de la democracia.
¿Por qué creéis que el Régimen ha
progresado hasta el punto de venir a tomar esta forma del Estado del Bienestar
y de la democracia desarrollada que hoy nos está oprimiendo y sometiendo?:
porque es la forma más perfecta de la falsificación. Este régimen está fundado
en la creencia en el individuo personal, en la creencia en que no hay pueblo,
no hay nada de eso común, no hay yo común del que os he estado hablando, no hay
más que individuos personales que forman conjuntos: conjuntos de clientes,
conjuntos de votantes. Esto es lo que el Régimen en su forma más perfecta está
fingiendo que cree y procurando de hecho por todos los medios que se dé así en
la realidad. Creen en el individuo y quieren que cada uno de vosotros se lo
crea también.
Como antes os he sugerido, se ve que
esta labor funesta nunca está cumplida del todo, porque tienen que seguíroslo
contando todos los días de diferentes maneras; de manera que eso os muestra
que, aparte del individuo personal, queda siempre un resto de niño vivo que
trata de decir “yo no soy ése”, y ahí es donde aparece el pueblo, al cual
podría referirse un término puramente negativo como ‘libertad’.
Libertad no puede ser más que puramente
negativo, como todo lo bueno, como todo lo bueno para la gente. Es el ‘no’ el
corazón del lenguaje y el corazón del pueblo. Solamente lo negativo, la
negación, puede ser buena para la gente; lo positivo es un engaño. Fijaos cómo
habéis llegado a esta sala de engañados, que hasta seguramente os han acostumbrado
a llamar a lo bueno positivo y, en cambio, a lo malo negativo. Este es un truco
fácil que padecéis todos los días; me gustaría que lo estuvieseis sintiendo
conmigo.
Por el contrario, para la gente, para lo
que nos queda de pueblo, lo único bueno es lo negativo, la negación, el decir
‘no’; y esta negación tiene que referirse no sólo a las instituciones —por
supuesto, también; y entre ellas en primer lugar el Dinero—, sino también a la
propia alma personal de cada uno. Esa es una condición previa para cualquier
forma de acción política que no sea el mero sometimiento.
El régimen que padecéis, que padecemos
—la democracia desarrollada— es la muerte del pueblo. No una muerte total, como
digo por tercera vez; no total, porque, si no, no tendrían que estároslo
contando todos los días y haciéndonoslo creer, pero es muerte del pueblo.
Esto se ve hasta... este progreso del
Poder se ve hasta en detalles como el referente a la producción anónima,
popular, de canciones, de romances, de baladas; mal que bien, por medio de toda
la opresión, venían surgiendo por tradiciones populares voces vivas de estas
que cantaban o que hacían eso de contar cantando, que son el género de los
romances y las baladas. Bueno, eso duró hasta más o menos comienzos de este
siglo; es decir, hasta el momento en que el señor Ford empezó a producir
automóviles personales y dio con ello un paso simbólico para el establecimiento
del régimen peor de todos, que es el que hoy padecemos: la Democracia
desarrollada; el peor de todos para el pueblo.
El mejor de todos, por supuesto, para
los individuos personales, porque ¡qué bien vivís en el Régimen del Bienestar!,
¡qué bien vivimos todos! Efectivamente, no padecemos los horrores de los pobres
negros de África, ni padecemos los horrores de las pasadas dictaduras de que os
hablan vuestros abuelos: vivimos de puta madre. Vivimos de puta madre en el
Régimen del Bienestar.
Claro que eso, por desgracia, no es
vivir: eso es el sustituto, eso es lo que se le da a las personas; eso es tener
un futuro, trabajar, pasarse horas delante de la televisión, pasarse fines de
semana aguantando en la discoteca a ver si llega la madrugada y por fin pasa
algo: sustitutos, sustitutos.
Por el contrario, es el régimen peor
para aquello otro que quedaba vivo por debajo; eso otro que dice “esto no es
vida”, y que sigue diciendo “esto no es vida”, y demuestra con ello que por
debajo sigue latiendo el sentimiento, el razonamiento de que hay algo que no es
esto, que no existe, desde luego, porque existir lo que existe es la realidad,
pero que lo hay, lo hay por ahí abajo, está ahí: las posibilidades sin fin de
una vida que no fueran sustitutos; de una razón viva que no fueran ideas, que
vienen a ser dos caras de la misma cosa. Eso por ahí abajo sigue latiendo, y
sigue latiendo en eso a lo que he aludido como pueblo, y a lo que al mismo
tiempo he relacionado con el lenguaje común, el verdadero, no las jergas que
imponen desde arriba los educadores, la televisión, los científicos: el
lenguaje corriente y verdadero que al mismo tiempo he relacionado también
conmigo cuando no soy nadie: yo, el pueblo.
Bueno, esto es apuntaros para
introducción (porque os voy a pasar inmediatamente la palabra, y si es preciso
el chisme, si las condiciones acústicas son muy malas, para que os podáis
soltar hablando) ésta es la primera aproximación al problema de ¿quién dice
‘no’? y ¿qué es a lo que se dice ‘no’?
Sin duda, se os han venido ocurriendo
muchas cosas; algunas podrán saliros de ahí abajo, del lenguaje común, del
corazón, y podrán ser sólo prolongación de lo que yo he dicho como lo podría
decir cualquiera; otras serán defensa de las ideas con las que habéis venido a
esta sala. Tendréis que oponeros porque vuestra personita lo pide, y decir:
“pero, hombre ¿cómo dice usted esas locuras, esas tonterías, hombre? Pero si la
realidad es la realidad, no hay más verdad”, y cualquier cosa por el estilo.
Bueno, vosotros dejaos hablar; si lo que
sale es algo de esto segundo, pues qué se le va a hacer: también eso sirve para
la contradicción; y, como al principio os decía, tiene que ser así porque cada
uno es dos, somos monstruos, y en uno mismo está en guerra lo uno y lo otro, y
unas veces por la boca le va a salir eso que viene de abajo, que cualquiera
siente, y otras veces le van a salir sus ideas personales, que son las ideas de
arriba, claro, las que le han impuesto; pero ¿qué se le va a hacer? Que salga
lo que salga; y, Pedro, si me quieres ayudar a ver con las manos que se
levantan. Siento mucho tener que recurrir a esto de las manos, pero, bueno,
como aquí hay bastante gente, yo no distingo bien.
Público: Bueno, a mí no me gusta este modelo de vida ni para mí ni para mis hijos,
entonces a mis hijos se lo digo /.../ pero bueno, queda la esperanza.
Agustín: La esperanza no hace falta para nada, estorba. Esperanza no se puede
tener; pero quedarse deprimida, ¿por qué? No, no se queda una deprimida; por el
contrario, yo creo que reconocer la vanidad de esas ilusiones que usted misma
confiesa que tenía, reconocer la vanidad de esas ilusiones, es como un respiro
de liberación, eso da alegría.
Fijaos bien que en esta misma reunión
donde se está intentando decir ‘no’, es decir, hacer ‘no’, no hay ni el menor
peligro de que os aburra nada ni de que os entre ninguna tristeza. Comparad con
los sitios en que os dan ilusiones, en donde os las alimentan, lo mismo en
televisión que en cualquier reunión en que se trata de ser positivos y hasta
optimistas: el aburrimiento cunde inmediatamente; y el aburrimiento es un
testimonio de lo que está contra el pueblo. Lo que nos quede de pueblo, cuando
oye decir ‘no’ y lo siente razonar en su propio corazón, de ninguna manera se
siente triste ni se deprime. Eso, al contrario, se convierte en un aliento de
alegría, y ese aburrimiento propio de los centros positivos —iglesias,
escuelas, partidos, sindicatos y cualquier otra especie de reunión positiva—,
ese aburrimiento desaparece. Al contrario, hay un respiro de alegría, no
optimismo. Optimismo y pesimismo, para ellos, para los que creen en el futuro.
El pueblo no cree en el futuro, sabe que el futuro es la muerte, no puede ser
nunca ni optimista ni pesimista. El pueblo sigue la lección de don Antonio
Machado: “no hay camino:/se hace camino al andar”, y para que pueda hacerse
camino al andar, la primera función es que no lo haya, que no haya futuro. De
manera que quédese alegre y sin futuro; desde luego, tiene usted que, como
cualquiera, como yo mismo, que seguir ahondando mucho más hondo en la
destrucción de las ilusiones. A usted le costará mucho trabajo reconocer que,
aparte de las desgracias que me ha contado que pesan sobre sus hijos, también
pesa sobre sus hijos la desgracia de ser sus hijos. Esto le va a costar un poco
de trabajo creerlo; pero, sin embargo, así es; así es, y como veo que tiene
usted esta facilidad para dejarse hablar, seguro que ya lo está reconociendo.
Tener hijos y ser hijos de alguien, implica el vínculo de posesión, y eso nunca
puede servir para nada bueno; eso no puede servir nada más que para el
establecimiento de la muerte; por eso, la familia y su fundamento, la pareja
establecida, son mortales, son mortíferas, son muertes del sentimiento, del
amor, de cualquier cosa que pudiera haber. A mí, como a cualquiera, esos niños
a medio hacer como el que... os hemos contado, nos encantan, nos dan alegría.
Percibimos ahí la gracia de algo que podía ser la vida de verdad, pero, desde
luego, por eso no nos hace ninguna falta que sean míos ni de nadie; al
contrario, si son míos, se me estropean enseguida. En cuanto empiezan a hacerse
míos, pues ya no se trata de aquel niño encantador que decía ‘no’, se trata de
algo de lo que tengo responsabilidad. En el Estado del Bienestar la responsabilidad
maldita puede incluso volverse del revés. Tantas hijas de madres solteras que
son responsables de sus madres en nuestros días. Puede estar en un sentido y en
el otro, pero, en todo caso, la maldición es la misma. Con la posesión no puede
haber nada de sentimiento ni de razón común, no puede haber más que ideas que
sustituyen al pensamiento; por ejemplo, en lugar de enamoramiento, amor, pues
una idea de amor es lo corriente, una idea de amor que pasa por sustituto y que
se cree que depende de la conciencia y de la voluntad. “Yo sé que quiero a
fulano”: ¿quién eres tú para querer eso?, ¿quién eres tú para querer nada?,
¿quién te mandó a ti creer nada, si los sentimientos son una cosa que en todo
caso tendrían que arrebatarlo a uno o a una y, por tanto, arrebatar con ello la
conciencia y la voluntad?; si lo sabes, si te lo sabes, niña o niño, pues ya lo
estás matando; en ese momento, ya ni enamoramiento, ni amor: sustituto, idea, y
no digamos si se trata de padres y madres y cosas así. Por debajo todavía de la
familia, de la pareja, está el individuo personal. A lo que os estoy incitando
es a que reconozcáis que toda rebelión contra el Poder tiene que pasar también
por la negación de uno mismo, la negación a la propia persona de uno. La
libertad no es mía, es de quien no soy yo, de la gente, del pueblo. Gracias de
todas maneras, porque no es corriente que alguien sea capaz de dejarse hablar
de esa manera. Y seguimos recogiendo más palabras.
Público: Me llamo Antonio Ramírez y hace once años tenía el honor de escucharlo a
usted todos los viernes en la Caravana de Hormigas. Yo le escuché durante tres
años y hablaba usted del Capital. Cuando usted dijo lo del tren ese que baja de
Madrid tan corriendo, cuanto va a correr es porque van a ganar más dinero, pero
/.../
Agustín: Bueno, pues me alegro mucho. La verdad es que no fueron ni siquiera tres
años, pero durante dos años esta institución bastante tremebunda que es Radio
Nacional de España, se dejó engañar un poco y nos permitió a mí con algún amigo
que estuviéramos, efectivamente, todas las semanas una hora no sólo soltando
cosas, sino recibiendo llamadas de oyentes de todos los colores; y esto se
permitió hace ya unos ocho o diez años, se permitió durante dos años. Esto os
lo digo para que veáis que tampoco ni Radio Nacional de España ni las
instituciones están tan perfectamente hechas; tiene estas rendijas por las que
de vez en cuando se puede colar algo de razón y de sentimiento. Ahora por todas
partes me encuentro gente como usted, que era de los antiguos oyentes, y esto,
claro, me da una alegría pues doble; primero, por el encuentro y, después,
porque es una especie de testimonio de que a pesar del poder de la realidad,
siempre, sin embargo, cabe aprovechar esos resquicios y hasta por la radio se
puede acertar a encontrar no un acuerdo en las ideas, no una solidaridad, sino
algo de común, algo de común que despierta en los corazones de cualquiera.
Gracias por estar aquí y por ser un antiguo oyente de esa radio.
Público: Por un lado, parece que sí, que esto de la mentira todo el mundo la
sentimos que la hay, pero habría que distinguir entre mentira y engaño. No hay
nadie que administre la mentira: la mentira se administra a sí misma; es decir,
no hay arriba nadie engañador, alguien que nos engaña. Esto lo podemos ver en
los dictadores; los dictadores han sido siempre los más amigos del pueblo,
según ellos; se les llenaba la boca con términos como el pueblo, en la
estructura franquista, o en Mussolini, il popolo, o en Hitler, das Volk.
Siempre se ha apelado mucho a los movimientos populares en las dictaduras,
¿no?, y al pueblo. Por lo tanto, habría que decir que los primeros que creen
tienen que ser ellos, por el propio bien del pueblo. Luego, en cuanto a lo de
la negación...
Agustín: Los que más tienen que creer, efectivamente, son los de más arriba. Que
no os engañen nunca haciéndoos creer que el tirano, allá arriba, es
maquiavélico y que por debajo sabe la verdad, pero luego opera como si no lo
supiera, y organiza la realidad y esclaviza a las poblaciones: esto no es así.
El tirano, el que ocupa algún puesto en las alturas, es el que más fe tiene que
tener, mucha más fe que cualquiera de nosotros, los que andamos por aquí abajo.
Así que ya sabéis, ¿eh?: para trepar en la pirámide del Poder lo que tenéis que
tener es fe. Esto ya os lo dicen ellos; a cualquiera que se mete en una escuela
empresarial, en una escuela de marketing, lo primero que le dicen es que tenga
fe en la empresa y... fe en sí mismo, seguridad en sí mismo. ¿No estáis
reconociendo ya la cara del ejecutivo, el hombre seguro de sí mismo? El hombre
que cree, pues ése es el que trepa, porque para trepar hace falta ser idiota, y
cuanto más se quiera trepar más idiota hace falta ser, hasta llegar al sumo
pontífice o al presidente de los Estados Unidos de América, que tiene que haber
reunido condiciones de idiotez en grado sumo para llegar adonde ha llegado. Por
tanto, ésta es la condición de la fe, y planteároslo en serio respecto a cada
uno de vosotros, porque es así: si queréis estableceros, trepar, no os queda
más remedio: tener fe, creeros, tragaros lo que os mandan. No hay otro
procedimiento. Si os mantenéis mucho en esta guerra a la que os invito con
muchas dudas y todo eso, no os voy a decir que vayáis a perecer, porque yo
mismo estoy todavía aquí y soy bastante viejo; no vais a perecer, pero, desde
luego, trepar por la pirámide mucho no. Para trepar hace falta la fe; si en
lugar de ocupar un puesto en la sociedad, de colocaros bien y de ser un alto
ejecutivo, os interesa ver si de vez en cuando se puede vivir un poco y pensar
un poco, eso es otra cuestión. Para eso no tengáis ninguna fe. Lo que antes
estábamos diciendo: la fe es la maldición. Pero, en fin, si os interesa haceros
un hombre de Dios, una mujer de Dios, que en el Estado del desarrollo vienen a
ser la misma cosa, pues fe y más fe, por supuesto.
Hasta entre los muertos, como, por
ejemplo, en las palabras del Evangelio cristiano, de vez en cuando se escapa
algo que no es enteramente sumiso, que es un aliento de verdad. Vamos, no en la
mayoría de los casos. Vosotros sabéis muy bien, los que estudiáis sobre todo y
también los demás, que la mayoría de los muertos que están en los libros son
tan idiotas como la mayoría de los vivos. Por eso os los hacen tragar, claro;
por eso procuran que os hartéis de poetas, de filósofos que no tienen nada que
deciros de nuevo y de importante, que no tienen más que el nombre. Fijaos bien
en qué consiste la educación que recibís, no tanto la de los institutos y las
escuelas como la de la Televisión, que es el órgano de educación por
excelencia. Consiste en haceros creer en las figuritas de los poetas, de los
músicos, de los pintores, de los filósofos, de los científicos, para que nunca
se os ocurra de verdad dejaros pensar, dejaros sentir, porque las personas de
esos personajones están para perfeccionar esta muerte que se os administra.
Pero bueno, igual que entre los vivos, entre vosotros, entre los que estamos
medio por azar en esta sala, no todos somos tan perfectamente idiotas, sino que
a lo mejor se nos puede escapar algo de entendimiento, de razón, también entre
los muertos. La mayoría desde luego es idiota; eso lo sabe la Democracia,
porque, si no, no tendríamos el régimen que tenemos. De la mayoría están
seguros, y por desgracia tienen razón. El Régimen tiene razón, en el sentido de
conveniencia para su práctica: la mayoría es idiota; por eso ¿cuál es la
principal plaga, aparte del automóvil, la televisión y la red informática
universal, con que el régimen nos oprime?: es la libertad de expresión. Cualquiera
puede decir lo que quiera en cualquier medio que le caiga a mano: libertad de
expresión, en la cual no sólo se incluyen los idiotas más o menos establecidos
que suelen escribir en los periódicos o incluso hablar en Televisión, sino
también los fanzines de los muchachos rebeldes y cosas así. Libertad de
expresión a troche moche. Se sabe bien que eso no le va a hacer daño ninguno al
Poder; se confía en que la mayoría es idiota y, por tanto, si se la deja
expresarse, no va a decir más que idioteces, es decir, conformidades con el
Poder, con lo cual el Régimen cumple un doble servicio: primero, efectivamente,
sostiene esta falacia de la libertad de expresión, y, con ello, la fe en el
individuo personal; pero, además, a fuerza de libertad de expresión, se consigue
que los Medios estén llenos de estas idioteces de los que se expresan, y que,
si por casualidad, por ventura, hay alguien que hable de corazón, de razón,
pues eso quede aplastado en la balumba de la expresión personal de tantos y
tantos. Espantable, espantable. No hay que ponerse triste, sino reconocer: es
así el régimen que padecemos. Entre los muertos que yacen en nuestras
bibliotecas y en vuestros programas de estudio y por ahí, y que aparecen en las
películas históricas de la televisión, lo mismo: la mayoría son, efectivamente,
idiotas. Por eso se confía; pero tampoco todos: hay algún muerto vivo que otro.
Y esto venía a cuento de palabras nada menos que de los Evangelios cristianos.
Hasta ahí, lo mismo que en los recuerdos que tenía Platón de joven de la voz de
Sócrates, nunca escrita, lo mismo que en los restos o en los harapos que nos
quedan del libro de Heráclito, puede oírse algo de verdad. En el Sermón de la
Montaña se dice: “no os preocupéis del día de mañana: el día de mañana cuidará
de sí mismo. A cada día con su mal le basta”. Una cosa que os suena a limpio y
a verdadero, pero ¡imaginaos que la Sociedad hubiera hecho caso de las palabras
del Evangelio!: no sólo el Estado Vaticano, como dices, sino todos los Estados
no tendrían fundamento, porque todos ellos están fundados en hacemos creer en
el futuro, en el día de mañana. Que no padezcáis por el hambre de cada día (eso
ni en el Estado del Desarrollo se lleva. Nadie pasa hambre, salvo algunos que
se rebelan y no saben cómo, y se pierden en las bocas del metropolitano y a lo
mejor se mueren alguna vez de frío. Pero vosotros, no; vosotros nunca os vais a
morir de hambre ni de frío, ni siquiera vais a saber qué es eso en toda vuestra
vida), pero el pan de mañana, ah, amigo, ése sí que es la muerte, el pan de
mañana; el de mañana, el pan as tracto, el ideal, contra el que habla la Voz de
Jesucristo en el Sermón de la Montaña precisamente. Él dice: “El pan de cada
día”. El pan de cada día; y ese pan de cada día se opone a esa preocupación por
el mañana. Pues esas voces, como las que recordabas tú misma ahora: “que se
niegue a sí mismo”, “el que quiera seguirme que se niegue a sí mismo”, con
otras partes del Evangelio es donde se muestra lo que antes os decía de nuestra
constitutiva monstruosidad: que uno es dos. Porque, claro, estamos en la
cuestión de nuestra charla de hoy: si uno se niega a sí mismo, está claro que
uno es el que niega y otro es al que se niega. ¿Os dais cuenta de cómo estáis
constituidos de dos en guerra? Y es justamente lo que hemos estado hablando
hoy. Os lo recuerdo: hasta en vuestras bibliotecas, por error, por imperfección
del Poder, hasta en vuestras clases, hasta en vuestros libros de vez en cuando,
también de entre los muertos, puede salir alguna voz que no sea idiótica y conforme.
Es raro, pero sucede de vez en cuando gracias a que la realidad no está
perfectamente constituida.
Público: Pues empezaré por reconocer que /.../
Agustín: Yo sé que, yo sé que a los que no quiero llamar jóvenes, sino que estáis
por fortuna menos formados, les cuesta más trabajo por —no sé— alguna pequeña
timidez, lanzarse a esto, pero, por favor, romped con eso...
Público: /.../
Público: Yo quería, en fin, estar de acuerdo contigo —perdona la confianza— en que
he estado, pues toda mi vida, metido en esa maraña de no, que nos has expuesto
tan estupendamente, y tengo conciencia de ello, y aun esta noche me lo has
puesto más delante de los ojos, ¿eh?, me lo has puesto más delante de los ojos,
hasta el punto que yo he entrado, he decidido voluntariamente hacer una nueva
etapa a mi edad y en mi vida, y a los amigos que me lo han preguntado, les he
dicho, eh, me han dicho: “¿qué vas a hacer?”, y yo les digo: “vivir”. Es la
asignatura que tengo pendiente. La conferencia de esta noche era muy atractiva para
mí, porque precisamente sé, tengo conciencia de que tenía que decir no a muchas
cosas. Lamentablemente, no solamente no sé decirlo, sino que no digo lo que
debo, no digo que no las veces que debo decirlo, y quizá como deba decirlo; y
es más: después de oírte, lo que tengo es un cacao impresionante, tengo que
reconocerlo: tengo un cacao impresionante después de lo que acabas de decir,
que no creo que me vaya a ayudar, a pesar de que era mi propósito y mi deseo —y
lo sigue siendo, ¿eh?— Quiero, quiero vivir y quiero salir de esa maraña, de
esa trama de noes y de historias de... que tú tan perfectamente has explicado.
Entonces, ése era mi planteamiento: que quiero vivir. Y para eso hay que decir
no y, hasta ahora, todavía no sé cómo, no sé cómo afrontarlo...
Agustín: Desde luego, no querría que de aquí saliera ninguna especie de cacao,
¿eh? La mayor parte, cuando os marchéis, vais a procurar tranquilizaros y
deciros: “ideas de ese señor, y tal”; pero cacaos y caos, no. La cosa está bien
clara: de la confusión vive el Poder, pero la gente de abajo, que habla el
lenguaje corriente y moliente, nunca puede dar lugar a cacaos y confusiones. La
cosa es muy sencilla de decir y muy clara. Lo que pasa es que después, que sea
difícil que esto se produzca, es otra cuestión. Pero, claro está, y no tienes
más remedio, antes de preguntarte cómo lo vas a hacer, preguntarte quién lo
hace y contra quién lo hace. Si te haces la ilusión de que eres tú el que se va
a liberar, estás perdido; estamos al cabo de la calle. Tú no te liberas; tú no
dices ‘no’, personalmente. Nadie dice no personalmente, nadie va a encontrar
una liberación en su vida. El individuo personal no entra en la tierra
prometida, como le decían a Moisés: “no entro en la tierra prometida”. Si uno
dice ‘no’, no es para resolver su vida ni alcanzar alguna otra meta; es
simplemente porque, aparte de uno mismo, siente que hay algo más en él, por
debajo de él, y que eso merece más la pena. De manera que es, sin duda, muy
difícil liberarse de uno mismo, pero parece que no está excluido del todo; y,
desde luego, es claro; desde luego es claro, es decir, lo de que uno es dos.
Hay unos versos en que don Antonio Machado —entre los cuales, de vez en cuando,
pues se oyen cosas de ésas vivas, que se salen de la idiotez mayoritaria—
planteaba bien esta necesaria dualidad de uno mismo. Son tres versos sueltos
que terminaban diciendo:
O que yo
pueda asesinar un día
en mi alma, al despertar, esa persona
que me hizo el mundo mientras yo dormía.
en mi alma, al despertar, esa persona
que me hizo el mundo mientras yo dormía.
El mundo, la realidad de la que estamos
hablando. Esto y otras muchas formulaciones nos dan lugar a eso, ¿no? Renunciar
a la libertad individual es primario. Si uno sigue creyendo que el que se
libera es él y que la persona se opone a la sociedad, no estamos haciendo nada,
porque la persona no se opone a la sociedad. Haga lo que haga está constituida
por ella. De forma que, quien dice ‘no’, nunca es la persona individual. Se
dice ‘no’. ‘Se’, este es otro precioso implemento del lenguaje corriente: el
impersonal ‘se’, ‘se’. Se dice ‘no’ a pesar de uno mismo, a pesar de uno mismo
y gracias a que uno no está bien hecho del todo.
Público: /.../
Agustín: A mí, en primer lugar, me dejas conmovido, y supongo que lo mismo les ha
pasado a muchos de tus compañeros y otra gente, porque no es corriente que
alguien se deje, se deje hablar, tal como yo pedía, de esa manera tan decidida
y tan suelta. Esto es algo que conmueve y que da alegría, como antes decía
respecto a la posible depresión o tristeza. Sí: aunque al salir de aquí o
mañana o cuando te hagas mayor, vuelvas otra vez a creer y a tener fe, ya el
solo hecho de dejarse hablar un rato este momento, ya para mí es mucho,
independientemente de todo lo que te pase después. Tu futuro no es lo que me
importa, y pienso que a ti no te importa. Lo que importa es este momento en que
te has dejado hablar un rato. ‘Yo’, ese ‘yo’ común que se opone a mi persona,
conocerse no se puede. No se puede conocer, porque se conoce la realidad. Se
puede decir al revés: realidad es aquello que se conoce, aquello de lo que se
habla; pero lo que no es real, lo que está por debajo de la realidad, como yo,
como pueblo, eso no se puede conocer con las armas y los procedimientos de la
realidad: sería enteramente contradictorio. De manera que lo único que con ello
cabe es lo que tú has hecho: sentirlo —está ahí, aunque no exista— y dejarle
hablar, que es hacer, y que él lo haga. Tú ni yo no tenemos que planteamos,
como los empresarios, el problema de qué vamos a hacer. Eso es para la empresa
y para la Banca. Hay simplemente que sentir, sentir de veras, y dejar que eso
que no es yo personal, que eso que es común y pueblo hable, diga ‘no’, que es
actuar, que es hacer, y él, él encontrará su camino. Cuando estéis diciendo
‘no’ más o menos acertadamente en algún sitio y alguien os salga, como siempre,
con la mandanga de “Bueno, y entonces ¿qué?: ¿qué alternativas nos ofrece?”, y
cosas por el estilo, que es con lo que se encuentra uno, tened el valor de
saber decir también ‘no’ a esa insinuación estúpida. Tened también el valor de
saber decir: “No: yo no conozco ninguna alternativa; yo no conozco otro mundo
de sustitución; yo no tengo un plan, yo no creo en el futuro. A mí me basta con
intentar dejarme vivir y, por tanto, decir ‘no’ y razonar, y ya es mucho y ya
es difícil. No me vengas con esa monserga de cuál es la alternativa o la
sustitución o la buena sociedad, porque eso no me lo dices nada más que para
entretenerme y para desvirtuar ese ‘no’ que yo estuviera pudiendo decir”. Es
una valentía algo difícil también; pero, por supuesto, de todo corazón os la
recomiendo. Sabed negaros a toda propuesta de alternativa. Ya hay mucha tela
cortada con la realidad, que es lo que conocemos, la que tenemos aquí, y ya el
irla desmontando y descubriendo su falsedad es algo que va a durar mi vida y
todas las vidas de muchas generaciones, y ya hasta el sin fin. Por tanto, no
cortar, no cortar esta acción —de verdad común, de verdad de abajo— con la
pretensión de la alternativa o del conocimiento. Hay, bueno, por lo que toca a
ti y a mí y a cualquiera, hay que renunciar a ese otro personal que no soy yo. Fijaos
cómo se decía en esos versos sueltos de Machado:
O que yo
pueda asesinar un día
*en mi alma, al despertar, esa persona
que me hizo el mundo mientras yo dormía.
*en mi alma, al despertar, esa persona
que me hizo el mundo mientras yo dormía.
Fijaos que dice “yo” y habla en contra
del yo de esa persona, a la que yo se desea que pueda asesinar. Acertó ahí a
formularlo de una manera sumamente clara. Por un lado está yo, al que no se le
llama persona, al que no se le conoce, pero que dice yo, y que dice que yo
pueda asesinar un día en mi alma, al despertar, esa persona que me hizo el
mundo (porque también acertó a decir que la persona y la realidad son la misma
cosa, de un mismo orden) mientras yo dormía, que es la situación habitual en
que se está. Este adormecimiento en que se nos suele tener, como pueblo o como
yo, a favor de la imposición de las creencias personales.
Público: Bueno, que ya en parte la pregunta se me ha contestado, ¿no?, que era muy
parecida a la de mi compañero Carlos, y era que si, después /.../ Yo estoy de
acuerdo con lo que se ha dicho, ¿no?, pero...
Agustín: /.../ sacas el asunto económico, y además está bien sacado.
Efectivamente, uno es contradictorio: uno es dos, en guerra el uno con el otro,
y eso no hay quien lo cure. Entonces, si uno no quiere o uno siente repugnancia
a adoptar la postura del que se retira, del anacoreta, del místico, porque
reconoce ahí también otra mentira —que es una mentira fundada en la propia
persona individual—, si uno no quiere eso, sino que quiere seguir metiendo la
nariz en este mundo —como ‘yo’ has recordado muy bien—, no le queda más remedio
que plantear la cuestión de una manera económica, como un ten con ten. Desde
luego, uno se aprovecha de la evidencia de que la realidad, por poderosa que
sea, no está nunca constituida del todo, perfectamente, ni mi persona real
tampoco, que tiene resquebrajaduras. Ni el Gobierno, ni la Banca, ni el Dinero
están perfectamente constituidos. Esto es lo que le da a uno aliento para
luchar en algún sentido. Si estuvieran bien hechos, no habría nada que hacer.
Pero el hecho de que ellos tengan que fabricarlos todos los días y llenaros la
cabeza de las mismas estupideces una y otra vez para que os lo creáis,
demuestra, como antes decíamos, que no están bien hechos del todo. Bueno, pero
entonces se trata... tu cuestión es cómo aprovechar esas resquebrajaduras —las
de la sociedad, las del dinero, las de mi propia persona. Pues ahí no hay
ninguna receta, no hay más que un ten con ten, un cálculo de orden económico.
Por ejemplo, Radio Nacional 3. Meterme en Radio Nacional 3 y que incluso me
dieran por cada emisión... no me acuerdo cuánto, pero a lo mejor me daban
quince mil pts, eso, desde luego, es una cesión. Te metes nada menos que en el
Ente Radiofónico Nacional —bastante horrible, ¿no?, y gracias a eso te admiten
que puedas hablar los viernes. Bueno, yo hice el cálculo y dije: “Bueno, se ve
que las radios, ni siquiera Radio Nacional, no están tan bien hechas del todo
como para que puedan admitir esto. Yo ¿cuánto pago aquí, cuánto pago en
sometimiento, en engordamiento de mi persona? Pues pago tanto, bastante: no
demasiado. No es como cuando me proponen salir en la Tele. Ahí el precio es
enorme en cuanto a engordamiento de la persona y en cuanto a sumisión. El que
sale en la Televisión es el que existe de verdad. ¿Os habéis dado cuenta, antes
de venir yo aquí, lo poquito relativamente que yo existo como persona
individual? Comparadme con los personajes que aparecen en la Televisión: ésos
sí que existen de verdad. De forma que en vista de que el precio, en el caso de
la Televisión, es enorme, jamás se me ha ocurrido acceder a eso, jamás se me ha
ocurrido acceder a salir. Pero Radio Nacional no era lo mismo, se ve; se ve que
el precio no era tan grande y, en cambio, que las probabilidades de que
sucediera algo de lo que, por fortuna, después sucedió con creces, que es que
hubiera mucha gente que se pegara a esa Radio y que se lanzara a hablar y que
ahora, diez años después, lo recuerde como algo que le ha dado vida, eran
relativamente grandes, y en ese caso calculé y acerté. Calculé y acerté, y
resistí dos años. De la Cátedra no puedo presumir tanto; no puedo presumir
tanto porque llegué a ella de muy muchacho, y la verdad es que no tenía tiempo
de acertar el cálculo ni las vi las cosas tan claras. Pero después seguí
estando en ella, nunca me escapé de la Cátedra tampoco, (bueno, me echaron en
el sesenta y cinco, pero eso era cosa de ellos; pero eso fue un favor que me
hicieron ellos por su cuenta), y seguí metiéndome en la Cátedra: porque,
efectivamente, es una ignominia cobrar un sueldo como catedrático y estar bajo
este título y tener este engordamiento de persona, es un precio bastante alto
el que se paga, pero las facilidades de comunicación con gente menos hecha —en
las aulas y en los pasillos— son muy grandes también, y la verdad es que yo
todo a lo largo de estos años me lo he seguido pasando muy bien encontrando
cosas, hablando con los chicos y las chicas que me caían por cerca, ¿no? No sé
si he acertado o no en este cálculo, pero es un cálculo. Os he puesto algunos
ejemplos de la Televisión, el de esa Radio, el de la Cátedra, cosas por el
estilo. Y no hay ninguna receta, no hay más que tener sensibilidad y dedicarse
al tanteo. Desde luego, tenéis que atender a las dos partidas. No que te digan
“¡Uf, qué enorme audiencia!”; “¡Uf, quinientos lectores del diario El País!”.
“¿Cómo te vas a perder esa ocasión?”, no sólo esta partida, sino la otra.
¿Cuánto se paga?, ¿cuánto se paga en sometimiento y en engordamiento personal?;
y entonces, pues una vez, con suerte, se acierta. No conozco ningún otro
procedimiento más seguro. Dada nuestra duplicidad —la guerra que cada uno vive
consigo mismo—, no cabe más en estas cuestiones que el tanteo económico. Tanteo
a la económica, es la verdad.
Público: /.../
Agustín: Aquí no se trata de crear caos, sino todo lo contrario. Ahora un poco
habrá que descrearlo en lo que tú has hecho. Yo común no existe, no es el que
verdaderamente existe, sino que no existe. El que existe es el yo real, de
manera que quede claro esto: La existencia es la existencia. Yo, que soy
cualquiera porque no soy nadie, no existo. El pueblo no existe: ahí tiene su
gracia y su fuerza. Si uno está convencido de que la realidad es todo lo que
hay, estamos al cabo de la calle y, desde luego, no hay nada que hacer. Pero,
fíjate: aunque con este hablar, que pretendo que sea un hacer, no se hiciera
nada positivo, como dicen ellos, si por lo menos se matara las ilusiones de las
rebeliones, si se evitara en algo que las rebeliones cayeran una y otra vez en
las trampas de siempre, ya sería muchísimo. Siempre el matar las ilusiones está
en el sentido del hablar de veras, de decir ‘no’, del hacer, sea lo que sea lo
que se consiga. De manera que este yo, que no es nadie, que es cualquiera, no
es la suma de individualidades: simplemente la negación de la individualidad.
Es común, es pueblo, está en el lenguaje corriente y moliente, y para él, desde
luego, no hay ningún peligro en todo lo que se dice. Al contrario, se le
intenta dejar hablar; pero ahora, para tu persona y la mía y la de la banca y
la del Estado, para ésa sí que hay peligro, y para eso sí que hay peligro, y para
eso estamos aquí, para ver si aprovechamos esos peligros.
Público: /.../
Agustín: Está bien tu problema, está bien planteado; pero no sé por qué dices
‘individuo’ las dos veces. Individuo no es más que el real: yo no es individuo
ninguno, porque yo es común, es cualquiera: a eso no se le puede llamar
individuo. La guerra es entre el individuo —el único que hay, que es real— y
aquello que está por debajo y que no es individuo, que es común, por supuesto;
y ése, si, como tú mismo dices, es el momento de decir que no, ése no existe,
no tiene futuro: ése está diciendo que ‘no’. Lo que pasa es que, como yo es
cualquiera, las bocas que lo pueden decir en cada momento son sin fin, sin fin.
No se trata de un individuo personal. Precisamente en eso tiene su fuerza y su
gracia. No llames más individuo a eso otro que no existe, pero que tiene ahí su
gracia, en el no existir: es yo. ‘Individuo’ es una palabra de la jerga
filosófica; viene de arriba, de las escuelas medievales. En cambio, ‘yo’ es del
lenguaje corriente. Fíate siempre del lenguaje corriente; desconfía de términos
como ‘individuo’ o ‘sujeto’, que vienen de las jergas de arriba, como el verbo
existir, que le pasa lo mismo. Hay, hay pueblo, por ejemplo; hay vida, por
ejemplo; hay posibilidades, por ejemplo. Eso es del lenguaje corriente: ‘hay’.
Pero ‘existe’, para ellos. ‘Existe’ es invención para Dios, y ahí tiene su
destino. Existe el individuo, de manera que, ¡que existan ellos, que existan
ellos! Yo, no. Yo, a lo mejor, puedo descubrirme y hablar un momento, hacer
algo, vivir, pensar, pero existir no.
Público: /.../
Agustín: Apenas se puede graduar. Desde luego, podemos decir que en el régimen
actual el Capital y Estado se han fundido. Dinero, la suma realidad, es la
principal mentira. Esa por supuesto. Pero el individuo personal, en el que la
democracia se basa, es también una mentira de primera importancia, hasta el
punto de que se puede decir que tanto la mentira Dinero como la mentira
Individuo personal, pueden venir a ser la misma en cierto modo. En cuanto a lo
otro, no hables nunca de los pueblos, porque si dices los pueblos estás ya
admitiendo fronteras y, por tanto, en lugar de pueblos, te están haciendo decir
Estados más o menos disimulados. Pueblo no tiene fronteras, no tiene
definición, no existe. Ahí tiene su gracia y su fuerza. En cambio, lo que los
políticos llaman los pueblos y señalan en el mapa y les ponen sus fronteras,
eso no es pueblo, eso ya son conjuntos de poblaciones de número de almas. Como
en uno de los romances que sacaba el Ramo de Romances y Baladas, decía el
bandolero catalán al que llevaban a la horca, en el momento de morir, ¿eh?: “El
pueblo no tiene patria”. Esto conviene no olvidarlo. El término ‘patria’ ya no
se lleva mucho, a favor de términos como Estado y demás, pero el engaño
subsiste. El pueblo no tiene patria.
Público: Y si la patria no tiene pueblo, ¿qué es?
Agustín: Un conjunto de almas individuales; eso es lo que ellos quieren. Por eso
te pueden poner un número en el Documento Nacional de Identidad, porque os tienen
contados. Perdonad, que es que antes he dejado de responder... ¿Quién me hizo
la cuestión de si yo creía que esto es oportunismo, que si cosas así se podrían
decir entre gente desheredada y miserable y todo eso? Eso convenía haberlo
cogido al paso, porque es importante; una dificultad que os puede salir. Desde
luego, yo he estado hablando entre vosotros, y sé bien, más o menos, que podía
decir tranquilamente lo que antes os he dicho: no os vais a morir nunca ni de
frío ni de hambre. De manera que eso quiere decir que ya sabía la clase de
gente con la que me las iba a ver. ¿Cómo voy yo a ir a meterme en una boca de
metro metropolitana y decirles a los que andan allí vagabundeando y pidiendo
limosna una cosa como ésta? En todo caso, si me sale decirles algo, les diré
otras cosas que la situación me sugiera. ¿Cómo voy a ir a contarles esto a los
negros de Namibia en el momento en que se encuentran? Sí, algo les diría, sin
duda, si supiera hablar su lengua, pero sería otra cosa, otra cosa bastante
distinta, la que la propia situación requiriera. Estoy hablando para vosotros,
entre vosotros, gente que, como yo, personalmente está bien, se encuentra bien
en la Sociedad del Bienestar; pero es muy importante que aquí, entre la gente
que nos encontramos personalmente bien, aprendamos a decir ‘no’, porque este
‘no’ a nosotros, personalmente, no nos va a liberar, pero, desde luego, sí que
va a estar luchando directamente contra la miseria de los pobres del metro y de
los negros de Namibia; porque esa miseria está sostenida, está criada y
sostenida por el propio Estado del Bienestar, tanto la una como la otra; y, por
tanto, quien ataca al Estado del Bienestar, partiendo de la situación normal,
está haciendo más de lo que cree en la lucha contra la miseria, contra el hambre,
contra el frío de los que padecen —según nos cuentan— esas cosas en los
alrededores. Eso había que cogerlo al paso también.
Público; Yo creo que respecto a lo del
individuo se podría poner un ejemplo, pues muy elocuente, que las calles están
llenas de ellos, de esos individuos. El ejemplo más multitudinario del
individuo es el automóvil propio y particular, que es el caso eximio del
individuo. Hoy día, los individuos se han convertido en automóviles propios y
particulares, que es en lo que se sostiene el régimen de desarrollo
democrático, ¿no?, que aumenta la personalidad en cuarenta veces la que uno
tiene, que uno, cuando está dentro de ese aparato —ya lo mismo da que sea de
cualquier sexo que sea—, se conduce absolutamente como cualquier otro conductor.
Es decir, se uniforma de alguna manera, y eso me parece que es un ejemplo de
individuo democrático, ¿no?, el automóvil...
Agustín: Sí, sí; no en vano el automóvil personal es una de las instituciones
clave del régimen que hoy padecemos. Efectivamente, no creáis que es en vano
que el automóvil personal quiera decir que la persona tiene cincuenta veces más
volumen por término medio. Es importante; es importante que tengan un caparazón
de lata más o menos fuerte, porque eso representa el límite y la definición del
individuo. Por eso, el conductor que va dentro, con esa cara que tienen de que
creen que saben que van a algún sitio, está tan bien definido, tan cerrado
dentro del caparazón del automóvil. Es el auto realmente la persona; es una
institución fundamental. Esto de que el auto sea tan fundamental para la
democracia, para la fe en el individuo, está en correlación con el hecho
evidente de su inutilidad para la gente. Lo uno va con lo otro. Nada puede ser
tan útil para el Poder si al mismo tiempo no es tan inútil y perjudicial para
la gente que de verdad podría vivir y seguir pensando. Es el medio de trasporte
más inútil, más declaradamente inútil que se pueda haber inventado. Por eso
mismo es un hijo favorito del Poder, por eso mismo se le cultiva sobre todas
las cosas. Alguien dirá que es por mover dinero tal empresa o tal otra; es
verdad, y el Estado está casado con el Capital y saca también mucho provecho
del automóvil. Pero, por debajo o por encima de eso, está la necesidad de
sostener la persona, el individuo personal, por medio del aumento del volumen
del caparazón.
Público: Es un paradigma de la libertad.
Agustín: Sí, eso de querer ir a donde van es la equivocación. Eso es todo lo
contrario de aquello a lo que he aludido por libertad.
Público: /.../
Agustín: ... también en condiciones de responder. Están acostumbrados a que
llaméis a lo más ideal, a lo más impalpable, que es el Dinero, a lo más ideal,
que es el Dinero, que lo llaméis material, palpable, y, en cambio, a cualquier
cosa que se opone al Dinero, a cualquier ‘no’ por palpable que sea, enseguida
te salen con lo de ideal y abstracto y cosas de esas, ¿no? Este vuelco, esta
vuelta del revés tenéis que tenerla siempre presente: ellos os quieren hacer
pasar como palpable y como material nada menos que el Dinero, que es lo más
sublime, lo más ideal, lo más abstracto, lo más impalpable que pueda haber. En
consecuencia, en cambio, cuando os hablan como yo de lo más palpable, a ver si
se puede vivir, aunque sea un momento, hablar aun sólo un momento, “¡Oh, qué
idealista!” Te están diciendo que a ver si este pobre cuerpo se puede palpar...
si lo dejan un rato, te están diciendo si por esta boca pueda salir algo que no
sea la mentira, te están diciendo yo, que no es nadie, pero que está cada vez
que se habla, lo más inmediato. Entonces, los enemigos del pueblo, pues
enseguida tienen preparado: “¡Oh, eso es idealista, tópico, abstracto!” Es
decir, que vuelven las cosas exactamente del revés y, por tanto, tenéis que
estar siempre preparados para darles otra vuelta del revés. Con el individuo no
hay que tener miedo, porque normalmente nadie no sólo no se muere ni se
suicida, sino que ni siquiera se vuelve loco cuando descubre más o menos la
falsedad de la realidad que es su propia realidad. Simplemente se sigue siendo
un monstruo, se sigue siendo un monstruo. Un individuo personal, ya hay alguien
que está contra él, que está en guerra contra él. Pero no debes decir humildad
y cosas así, porque eso son virtudes del individuo. Quiere decir simplemente roturas,
resquebrajaduras, imperfecciones. Con eso es con lo que el individuo
contribuye, y esas, efectivamente, esas roturas, resquebrajaduras,
imperfecciones, se puede siempre intentar no cerrarlas, dejarlas abiertas como
heridas por las que el pueblo puede hablar. Esa es la contribución que el
individuo tiene. Gracias a que no estamos perfectamente hechos, ni cada uno de
nosotros ni el Poder en su conjunto.
Público: Vamos a ver, Agustín. Para aclarar un poco la relación entre yo y el
individuo, cuando la Voz del pueblo por boca de alguien habla, lo que importa
ahí no es el alguien o la boca que habla, sino que hable el pueblo. Entonces,
¿acaso hay un hacer más fuerte, o es más hacer el que hable una sola boca o que
hablen muchas, puesto que las bocas son contables por ser del individuo?
¿Podemos decir que con que por una boca hable el pueblo, en cierto sentido está
hablando por todas las bocas? ¿Hay que querer que hablen muchas bocas o basta
con que hable una?
Agustín: Bueno, gracias por esto. Efectivamente, esto es un motivo de perplejidad
bastante importante. Primero, respecto a una boca, por el hecho de ser una,
como tú mismo has recordado, por desgracia nunca se puede estar seguro de que
lo que habéis oído por esa boca es verdaderamente algo que sea verdad contra la
realidad, algo que sea voz del pueblo. Tenéis síntomas: por ejemplo, algunos de
vosotros, pues, oyendo, han palpitado conmigo, han sentido. Eso no vale, eso no
da ninguna seguridad. Puede que yo sea un falsificador; puede ser que yo os
esté engañando. ¡Qué se le va a hacer! Yo, por supuesto, no lo creo; pero no
podéis tener ninguna seguridad. Esos síntomas —que uno se sienta, no de acuerdo
en las opiniones, sino palpitando en común— para mí son muy valiosos; pero,
desde luego, no equivalen a una seguridad en que estáis oyendo de verdad voz
del pueblo. Y uno, ni yo ni nadie, nunca se libera lo bastante de su máscara
personal para pretender que por su boca surja la voz del pueblo. Esta
inseguridad es lo primero. Estamos condenados siempre a sentir, sentir que,
efectivamente, allí ha sonado algo que no era lo que nos están metiendo todos
los días, las ideas ya hechas; pero sentir nada más, y dejarlo que después siga
funcionando por sí. Esto respecto de una boca. La cuestión de si es mejor que
sean muchas bocas, es una cuestión complicada. Una cosa que puedo decir de
cierto es que en una reunión como ésta de unas doscientas personas, puede
efectivamente suceder que algo de voz de pueblo se escape mucho más fácilmente
que si se trata de seis amigos en la barra o de cuatro personas en el hogar
materno o en el hogar marital o donde sea. Mucho más fácilmente que si se trata
de un novio y una novia que andan cortejando. Eso es mucho más difícil. En esas
reuniones de muy pocos, fácilmente contables, de dos, de una familia, de un
grupo, no se puede hablar más que como personas, decir una vez y otra lo que
está mandado por Televisión y los medios que se diga. Es muy difícil que
digamos algo en casa, a la hora de comer, muy difícil. Aquí, entre gente que es
relativamente numerosa y relativamente desconocida en parte unos de otros, esto
se hace mucho más fácil. Yo tengo, por tanto, una cierta confianza no en el
número, pero sí en la abundancia. Y la que tengo en la abundancia de gente se
refiere tanto a los oídos como a la lengua, como a la boca. Es más fácil. Es
más fácil si bastante gente parece como si hablara y oyera en un cierto, no
acuerdo, sino en una cierta comunidad. Es más fácil que aquello sea de verdad
voz del pueblo, es más fácil matar al individuo. Una pareja no mata al
individuo, lo reafirma; una familia no mata al individuo, lo reafirma; una
reunión improvisada más o menos como ésta, entre pocos cientos y más o menos
desconocidos, ésa no tiene una operación tan fatal. Ahí es más fácil que por
parte de unos cuantos surja v oz de pueblo. Esa es la manera en que entiendo
que hay alguna relación entre la cantidad, la cuantía de gente y las
posibilidades, siempre inseguras, de que se esté diciendo algo que no sea
simplemente un sostén de la realidad.
Público: /.../
Agustín: Hay una parte en que suenas un poco a pueblo, pero otra parte, claro,
como te declaras creyente, pues ya eres distinto. Estás... quiero decir que en
tu manera de hablar se está poniendo en escena lo que yo he dicho de que cada
uno es dos, de que hay esa contradicción. Tú mismo la has expuesto de una
manera bastante viva esta contradicción. Claro, cuando tú dices eso de la
conveniencia o necesidad de la fe para cambiar algo, es porque crees que no
hace falta fe para sostenerlo. Tienes que convencerte de que el Dinero, el
Capital, el Estado, sólo se mantienen por la fe. Hasta en la Banca se llama a
la fe crédito; y el Dinero es siempre futuro y, por tanto, necesita fe,
necesita fe. Y en ese sentido es como debes emplear el término ‘fe’. Y si es
verdad que la realidad y el Poder se sostienen por la fe, está claro que la
rebelión del pueblo no puede emplear el mismo instrumento: tiene que emplear el
descreimiento. Y finalmente, en cuanto al miedo de que a quien dice ‘no’ la
sociedad lo aplasta, pues eso hay que verlo. Eso hay que verlo, porque la
sociedad no está tan perfectamente constituida, y entre la gente hay muchos
rasgos de inteligencia y de astucia, y hasta de virtudes del tipo económico que
antes decíamos, que permiten sobrevivir y seguir metiendo la nariz, que hacen
que sea raro que el Poder aplaste. El Poder en la sociedad aplasta más bien a
los tipos de gente que ellos pueden catalogar debidamente, como funcionarios o
como criminales o como jueces, da igual. Pero los que no se dejan catalogar tan
bien, ésos muchas veces se les escurren, se les escurren, no los aplastan. No
hay que tener demasiado miedo. Fe no, pero miedo tampoco. El Poder es muy
poderoso, pero no es todopoderoso. Siempre quedan rendijas, resquebrajamientos,
y es a eso a lo que nos hemos estado refiriendo aquí, como decir ‘no’, o, como
el pueblo dice, “respirar por la herida”. Eso siempre cabe, y no implica de por
sí ninguna condena a muerte.
Público: /.../
Agustín: ... para éste. El Estado de desarrollo, esta democracia desarrollada, no
puede subsistir sin ellos. Están todas las penurias y las hambres, están
fabricadas desde aquí, empezando por la división en cuadrículas de los Estados
africanos según el modelo de los otros. Matar pueblo y convertirlos en pueblos,
con sus capitales y sus capitostes: ésa es la primera gran operación y, por
tanto, de esa manera sujetarlos al manejo de la Banca. De manera que, si hablas
de responsabilidad, es mucho más todavía que la que has dicho. Por eso es por
lo que es importante matar este Estado, y no creer jamás en el Estado del
Bienestar, porque con eso es con lo que estás haciendo algo para liberar a los
demás. No haciendo obras de caridad, no compadeciéndose mucho por las hambres o
por las epidemias de los países de alrededor: sintiéndolas aquí, entre
nosotros, como un resultado de esto mismo. Y, finalmente, tal vez será bueno
para acabar quitarte toda confianza —que no sé si con mucha sinceridad has
expresado— en los intelectuales. Me extrañaría que siguieras creyendo en los
intelectuales de este país ni de ningún otro. Los intelectuales son unos
servidores del Poder, están hechos para engañar, para engañar al pueblo. Ahí
los tienes a todos los intelectuales, se llamen científicos, filósofos,
literatos, todos esos que salen en la televisión, que existen: están para eso,
están para engañar, para sostener la mentira, volverla a reconstruir. De forma
que, vamos, ni en broma se te ocurra decir que puedes tener alguna confianza en
los intelectuales. Confianza, que es lo contrario de fe, no se puede tener más
que en el pueblo, en lo que nos queda de pueblo y de vivo, y, por tanto, en
nuestras imperfecciones como individuos personales, a través de los cuales y en
contra de los cuales de vez en cuando algo de pueblo puede respirar por la
herida.
Para Sala de Lectura del blog Bajo Cinca
Libertario:
Agosto 2016
Otros textos publicados en la Sala de Lectura:
La destrucción del 15-M, Rafael Cid, publicado
en la Sala de Lectura: de mayo a agosto 2016 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_87.html
El apoliticismo desde el margen, Laura Vicente,
publicado en la Sala de lectura: marzo, abril, mayo 2016 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/el-apoliticismo-desde-el-margen.html
LIBERTARIOS Y AUTORITARIOS. Ricardo Mella,
publicado en la Sala de Lectura, invierno 2015-2016 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_9.html
Anarquismo y sindicalismo. Salvador Seguí,
publicado en la Sala de Lectura, otoño 2015 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_19.html
Anarquismo: la conexión feminista. Peggy
Kornegger publicado en la Sala de Lectura, agosto – septiembre 2015 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/blog-page_26.html
CONTRA LA DEMOCRACIA. Agustín García Calvo
publicado en la Sala de Lectura, mayo-junio-julio 2015 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/normal-0-21-false-false-false-es-x-none.html
Reabrir
la cuestión revolucionaria (lectura del Comité Invisible), Amador
Fernández-Savater publicado en la Sala de Lectura, abril-mayo 2015 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_80.html
Falacias de la democracia, Ángel Cappelletti, publicado en la Sala de
Lectura, febrero-marzo 2015 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/falaciasde-la-democracia-lapalabra.html
¿Eres anarquista? ¡La respuesta te podría
sorprender! David Graeber, publicado en la Sala de Lectura, diciembre 2014
enero 2015 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_22.html
La ofensiva ciudadanista. Editorial de la revista
Argelaga del mes de julio del 2014, publicado en la Sala de Lectura,
octubre-noviembre 2014 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_5.html
Bakunin inmortal 1814-2014, periódico CNT,
publicado en la Sala de Lectura, agosto-septiembre 2014 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_12.html
Delirios capitalistas, Patricio Barquín,
publicado en la Sala de Lectura, Julio 2014
http://bajocincalibertario.blogspot.om.es/p/blog-page_3.html
Notas para una política no estadocéntrica,
Amador Fernández-Savater, publicado en la Sala de Lectura, junio 2014 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_15.html
Votar no votar. Javier Sádaba, publicado en la
Sala de Lectura, mayo 2014 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura_2.html
Carácter ético del anarquismo. Luce Fabbri,
publicado en la Sala de Lectura, abril 2014 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sala-de-lectura.html
Anarco-Feminismo: pensando en anarquismo.
Deirdre Hogan, publicado en la Sala de Lectura, marzo 2014 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/blog-page_9.html
SOBRE "PODEMOS". Carlos Taibo,
publicado en la Sala de Lectura, febrero 2014 http://bajocincalibertario.blogspot.com.es/p/sobre.html
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