Votar no
votar
Javier
Sádaba
Publicado
en Rebelión13-03-2014 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181964
He
leído o escuchado en estos días, y supuestamente desde la izquierda, fuertes
críticas en relación a aquellos que no votan. La argumentación va dirigida
tanto contra los sujetos que no se acercan a las urnas como a favor de que
objetivamente sería saludable la votación para, así, trasformar nuestra pobre
realidad sociopolítica. De los primeros se dice que se escudan en la comodidad
y la indiferencia. Se trataría de un impuro purismo, de un ficticio
progresismo, de una falta, en fin, de compromiso que no hace sino allanar el
campo, ya bastante llano, a la derecha. Y desde un punto de vista objetivo, la
participación sería necesaria si no queremos que todo siga igual y manden, a
sus anchas y sin oposición, los de siempre. Como no solo me abstengo sino que trato
de convencer a todo el que puedo que tampoco vote, me gustaría exponer, con
brevedad, cuales son las razones de mi postura.
Antes
de nada, desearía que quienes incitan a votar concretaran a qué partido
político habría que hacerlo. En caso contrario, la afirmación es completamente
vacía. O, peor aún, se convierte en una simple autoalimentación del sistema,
sea este aceptable o inaceptable. Y si se responde que es obvio que algunos
partidos políticos son más dignos de ser votados que otros, en modo alguno lo
negaré. Diferencias existen y están a la vista. Pero la cuestión no es esa. El
hecho de que se den diferencias no afecta a la sustancia de un sistema que se
mantiene inamovible. Más aún, el acto de votar puede hacer que perdure sin que
se modifique su estructura seudodemocrática. Además, una actitud moralmente
respetable pide que cada individuo sea realmente libre y sus acciones estén
guiadas por principios sólidos y no por slogans. Si ningún programa le motiva y
si no hay razón para dar un cheque en blanco, lo que tiene que hacer es ser
consecuente y no caer en la deleznable “sumisión voluntaria”. En cualquier
caso, quien vote, y tiene todo el derecho de este mundo y del otro, debe
reconocer que su decisión es pragmática, posibilista y reformista; y no una
palanca que mueve hacia la revolución.
Respecto
a la comodidad o indiferencia de los que se quedan en casa sin depositar el
voto, no me cabe duda de que en muchos casos es cierto que existe comodidad o
indiferencia. Hay quien da la espalda a los demás, mira alrededor con desprecio
o simplemente sin ver. O que se tapa los ojos, de modo falsamente exquisito,
ante el horror del mundo. Pero otro tanto podría decirse de muchos de los que
votan. Depositan la papeleta por inercia, porque les han lavado el cerebro, por
miedo, por el infantil ritual de lo que llaman “deber ciudadano” o por
imbecilidad. Por eso, y es lo menos que se puede decir, habría que distinguir
la abstención pasiva de la abstención activa. Es esta última la que deseo
defender y lo haré en varios pasos.
En
primer lugar, considero que estamos dentro de unos poderes económicos que casi
todo lo deciden. Los partidos políticos se convierten en la larga mano que
favorece los intereses de los que mueven los hilos. Y los medios de
comunicación funcionan como el bálsamo que cura todas las heridas o los
correveidiles que ayudan a que se trague la mentira más mezquina. Siendo este
el panorama, insertarse en el sistema es, de una manera o de otra, hacer que el
poder en cuestión se perpetúe. Si alguien deseara que desapareciera el ajedrez,
los dioses no lo quieran, sería absurdo limitarse a mover los peones. En
segundo lugar, no me considero un miembro que se inscribe dentro de la
Constitución Española. Son muchas las razones pero basten estas. Se hizo a la
“trágala”, más como chantaje que como opción, es ridículamente monárquica,
nacionalista en su peor sentido y niega el elemental derecho a la
autodeterminación. Y, en tercer lugar, la democracia española no solo es
raquítica sino que está organizada para que todo funcione como una noria. Un
partido se pasa el testigo a otro de forma que todo siga igual por los siglos
de los siglos. La noria da vueltas y vueltas sin que se vean ni ahora ni en el
futuro transformaciones reales.
Podría
continuar, pero he seleccionado algunas de las razones de por qué no hay que
votar. El terreno en el que actuar es el social. Es ahí en donde hay que buscar
la alternativa que nos importe, el lugar en donde plantar la semilla de una
política que sea radicalmente distinta a la actual. Lo político sí, la política
no. Ni tan puros que sin manos ni tan sucias que todo sea suciedad. Como una
última objeción se me podría decir que es compatible ir mejorando lo existente
desde dentro sin perder el pie de fuera. Sin duda. Solo que por experiencia
creo que el pie de fuera acaba desapareciendo. Pero, nobleza obliga, pienso que
mis argumentos son mejores que aquellos a los que me opongo. No pienso que son,
obviamente, similares a dogmas. Y pienso también que si tuviera que votar lo
haría por algún partido de izquierda con el que comparto más de una idea y más
de un amigo. De momento, sin embargo, estoy convencido de que es mejor no
votar. Que es más fructífera la abstención activa. Por cierto, la que más teme
el Poder.
Rebelión
ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de
Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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