Las
elecciones de este 20 de diciembre representan un momento importante en el
proceso de movilizaciones que se inició
en 2011. Por eso ha llegado la hora de que la izquierda en general adopte una
sana dosis de realismo. Hay que poner los pies en la tierra y reconocer que no
existe una vía fácil ni rápida a la transformación social que muchos buscamos.
La evidencia histórica es abrumadora en este sentido: después de siglo y medio
de experimentos y propuestas de todo cuño, ninguno de los muchos partidos que
se han presentado a las elecciones con propuestas de cambio social (¡y mira que
son!) ha logrado sus objetivos a través de las instituciones. Ni siquiera
cuando han alcanzado el poder, han conseguido por sí solos (esto es, sin una
fuerte movilización que les apoye en la calle) realizar ninguna de las
modificaciones que se proponían de partida. Efectivamente, la historia
demuestra que la vía institucional, la participación en elecciones y la
ostentación de cargos, no son en absoluto formas de consolidar la capacidad
política conseguida mediante la movilización y la participación, sino al
contrario, la mejor manera de dilapidarla. Ejemplos hay muchos, desde el propio
PSOE, que lleva desde 1879 causando vergüenza ajena, hasta el más reciente
ejemplo de Syriza en Grecia. Ganar unas elecciones no es fácil, de por sí, pero
incluso cuando se consigue, el camino a las transformaciones que se proponen
sigue sin estar despejado.
No,
no existe una vía rápida a la transformación social y, desde luego, ésta no
pasa por las instituciones. Hay que ser realistas y reconocerlo así. Nunca han
faltado propuestas de cambio de todo tipo, desde las simples llamadas a la
regeneración democrática o contra la corrupción hasta planes para acabar con el
capitalismo. Y sin embargo, se han visto incapaces, por sí mismas, de salir del
anonimato político o de tener la fuerza suficiente para imponer estas
modificaciones a un sistema que se resiste a toda alteración, aunque sólo sea
por inercia social. A nivel global se puede comprobar que, cuando algún partido
rupturista ha despuntado, lo ha hecho aupado por una extensa movilización en
las calles o por lo menos gracias a un clima político participativo. Sólo
cuando existe una potente fuerza externa al propio sistema electoral
democrático, puede aparecer un actor social con capacidad de romper las
dinámicas complacientes e inherentemente conservadoras del parlamentarismo. Los
partidos políticos que surgen o medran al calor de las movilizaciones y las
protestas son entes parasitarios que se nutren de esa fuerza. El panorama
reciente en España es buena prueba de ello.